martes, 30 de enero de 2007

Contra la balcanización del planeta

Nuestra civilización engendra una pobreza moral y un aislamiento en el egocentrismo que se enroca en problemas insolubles”, afirma Edgar Morin, uno de los más notables sociólogos del mundo.

A sus 84 años, continúa siendo un referente en los grandes desafíos sociales de nuestro tiempo. El sociólogo de la “complejidad” se inquieta por la tendencia actual de los pueblos a encerrarse en identidades excluyentes. A inventarse nacionalidades, religiones, tradiciones y señas de identidad impostadas para formar nuevos guetos en una sociedad globalizada que exige la aceptación del multiculturalismo, la acogida y el respeto al otro, el diálogo y la apertura en relaciones enriquecedoras que nos animan en un proyecto solidario de futuro.

De origen judío sefardí, rindió homenaje a sus ancestros en Vidal y los suyos. No obstante, por haber publicado, junto con Danièle Sallenave y Sami Naïr, en Le Monde, un lúcido artículo titulado Israel-Palestina: el cáncer, padeció descalificaciones y amenazas al tiempo que era llevado a juicio por una presunta “apología del terrorismo y antisemitismo”. Increíble en un intelectual cuya obra es admirada y respetada en todas las universidades del mundo, salvo en las controladas por los fanáticos del pensamiento único, los neoconservadores y ultraliberales. Finalmente, la Corte Suprema de Casación de Francia ha anulado el juicio y condenado a pagar las costas a sus denunciantes.

Acaba de publicar El mundo moderno y la cuestión judía (Ed. Le Seuil), donde razona sus argumentos. Tiene el enorme valor de afirmar que “el universalismo judío está embridado por un nacionalismo israelí que se ha vuelto histérico”. Lo afirma desde su doble identidad de judío y de gentil, de hombre culto e ilustrado impregnado de una enorme cultura europea y humanista. La palabra “judío” no significa lo mismo si hablamos de un pueblo antes de la destrucción de Judea por los Romanos que después de su integración en las naciones modernas. Morin sostiene que los judíos modernos son judeo-gentiles, integrados y transformados por los entornos culturales e históricos, aún conservando tradiciones seculares. También distingue el antijudaísmo medieval del antisemitismo originado en el siglo XIX. Las naciones modernas han integrado a la mayoría de los judíos como ciudadanos de pleno derecho con una religión o una cultura propias. Los nacionalismos exacerbados los han rechazado, y hemos visto sus consecuencias.

Muchísimos judíos conversos de España y Portugal, como Montaigne, Cervantes o Spinoza, superaron el cristianismo y el judaísmo originarios y contribuyeron a formar el humanismo europeo. Esos judeo-gentiles fueron la levadura del universalismo y muchos de ellos llegaron a ser notorios revolucionarios que pretendieron superar las barreras de los nacionalismos y de las patrias. Partieron de que las naciones, las culturas y las religiones ya no eran más que abstracciones ilusas y supersticiones. Pero, una vez que llegó el desencanto de las revoluciones fallidas, algunos se enclaustraron en un judeocentrismo al margen del resto de la humanidad.

De ahí que Morin esté de acuerdo con la afirmación de F. Pollock que, a propósito de la excomunión de Spinoza por la sinagoga, dijo: “Es una constante en la historia de la humanidad, cuando una comunidad ha sido perseguida, tan pronto como recupera la libertad, se convierte en perseguidora”. Y afirma Morin: “Estoy sorprendido al comprobar cómo Israel se comporta como una nación dominadora, que desarrolla una fuerza desproporcionada, que humilla a los Palestinos. Israel es responsable y agrava la precariedad de su destino porque lleva en esa actitud el potencial de una tragedia futura. La interdependencia fatal del antijudaísmo, el judaísmo, el anti-islamismo y del islamismo nos ha conducido a una guerra de religiones y quizás a una dramática guerra de civilizaciones”.

Por eso, el judío sefardí y humanista universal, propone la unidad en la diversidad, la integración y el diálogo entre las culturas y los pueblos y pide que tomemos conciencia de nuestra humanidad común.

Nos previene contra la “balcanización” que se extiende por el planeta producto de la uniformidad tecno-económica propia de la perversa gestión financiero-económica de la globalización. Esta no es buena ni mala, pero hasta ahora ha promovido una homogenización alienante que ha hecho que algunas sociedades se hayan encerrado en identidades nacionalistas, tradicionales, religiosas y no pocas veces delirantes. Ante este miedo a lo desconocido, ante la constatación de lo injusto del modelo de desarrollo impuesto por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y por las naciones más ricas e industrializadas, por todas partes se alza el descontento, la rabia y la deriva hacia movimientos fundamentalistas, enajenantes e irracionales, que adoptan formas de terrorismo, de inmigración incontrolada, de guerras por el control de las materias primas, anclados en un etnocentrismo excluyente e inhumano.

Reconocer que el Norte tiene necesidad y depende del Sur en donde, a pesar de la miseria y de la injusticia, existe una forma de solidaridad humana, de sabiduría, de jovialidad y de relación con el otro que el Norte ya no conoce. Nos asfixia el exceso de racionalismo técnico, económico y social. De ahí, sostiene el sociólogo sefardí, la necesidad de abrirnos hacia una civilización planetaria que acoja y respete las diversas señas de identidad. Con Heráclito, dice Morin, “si no buscas en ti mismo lo inesperado, jamás lo encontrarás”.

El Efecto "Huida"

Treinta mil africanos llegaron a las costas españolas durante el último año.

Personas que arriesgan su vida para salvar a sus familias de una vida miserable.

Uno de cada seis niños africanos muere antes de cumplir los cinco años por malnutrición y enfermedades prevenibles. Es el poderoso efecto huida que provoca la pobreza.

Estamos obligados a hacer algo, no basta con intentar ponerle vallas al campo, indaguemos en los motivos de esa "huida", seguro que encontramos los medios para acabar con esa sangría.

Que pena, da lástima que África sea un continente maldito. ¿Quién tiene la culpa?

sábado, 27 de enero de 2007

Ciudadanía, Libertad y Socialismo. Un Partido para el siglo XXI

Érase una vez la política.
Esa es la conclusión a la que uno llega cuando ha leído con fruición, apasionamiento y espíritu comprensivo las propuestas de debate, la realidad y la crispación en la que vive la sociedad española en estos albores del siglo XXI.
A ninguno se nos escapa que los hombres se sirven de las palabras para ocultar sus verdaderos pensamientos - el papel aguanta lo que le echen - y de los llamados pensamientos para justificar sus injusticias.
Cuando Emiliano Zapata - aquel que gritaba tierra y libertad - y el Gobierno se reía cuando lo iban a enterrar, encarnaba un modelo inconcluso de compromiso militante y partisano de lucha, uno hace suyas sus palabras ante lo que se nos avecina : “Ahora si puedo morir. Esto era lo que yo deseaba; que se sepa por qué luchamos; que conozcan la causa que defendemos; que vengan hasta nosotros; que nos vean, nos estudien y luego vayan y digan la verdad; que nosotros somos honrados y no bandidos”.
Aquellos que hemos consagrado nuestra vida a encontrar un sentido de la verdad siempre hemos corrido el riesgo de encontrarla, y vaya que si lo hemos logrado, y aunque sea amarga la verdad hemos de rebatirla con la palabra - único instrumento que algunos poseemos -, desde estas modestas consideraciones quiero hacerte llegar mis reflexiones.

Como decía el viejo Obispo brasileño “Helder Cámara” : si doy de comer a los pobres me llaman santo, pero si pregunto porqué hay pobres me llaman izquierdista. Valga esta pequeña cita para ilustrar la tristeza que le supone a uno vivir en una época triste, desapasionada, conformista, donde resulta más fácil desintegrar el átomo o descubrir el ADN que acabar con los prejuicios.
De la Ilustración aprendimos que la emancipación del hombre era posible y que siguiendo el camino de la razón la historia tenía un sólo sentido: el progreso. El Liberalismo nos enseñó a interpretar los vicios privados como virtudes públicas y nos prometió que la mano invisible velaría por nosotros para garantizar que la suma de intereses particulares diera el interés general. El marxismo nos explicó que la historia estaba escrita conforme al principio de la lucha de clases y que la victoria de la clase obrera sobre la burguesía traería la definitiva reconciliación en la armonía del paraíso del proletariado.

Desde mediados del XIX hasta 1989 los ciudadanos del mundo se concienciaron de los antagonismos sociales, nacieron dos figuras emblemáticas - hoy en claro declive - el partisano y el militante.

El primero perdió su sentido cuando acabaron las crueles guerras mundiales; el segundo se decantó después de 1989 por causas concretas: feminismo, homosexualidad, derechos civiles, defensa de los “sin techo” o de los “sin papeles”, antirracismo, etc. Las causas se han diversificado tanto, de tal modo, que no coinciden en sus intereses. El pacifismo y el ecologismo han intentado, por otra parte, convertirse en ideologías de recambio del todo. El militante se iba poco a poco haciendo reformista. Se ha extendido la idea de que la lucidez comporta inevitablemente pesimismo. Los nuevos europeos han interiorizado su desinterés por el escepticismo y lo colectivo. Cuando cayó el “Muro de Berlín”, con la rendición incondicional del enemigo, surgió un idea clara: la política había perdido toda su magia, agotada la épica de la transformación social.

Pulularon como la primavera las llamadas “revoluciones de terciopelo”, que fueron una fiesta, pero como todas las fiestas efímeras, porque la realidad social que quedaba bajo los escombros del llamado socialismo real, era patética.

Josep Ramoneda - en Después de la Pasión Política - describe en palabras de un joven ciudadano de la antigua RDA lo que había sido el sistema: “El socialismo real era como un establo. Todos estábamos dentro, cada uno atado con su cadena, pero bajo techo, aunque fuera un techo miserable, con comida que llevarnos a la boca y con la gran comodidad de tener negada toda capacidad de tomar iniciativa o responsabilidad. Salir del establo, por muy maravillosa que fuera la nueva sociedad de terciopelo, y no lo es tanto, cuesta mucho esfuerzo”. Ramoneda visitó dos años después Berlín, cuando los focos y las cámaras de la CNN se habían ido con la música a otra parte, y escuchó como instrumento de lucha la metáfora del nido caliente, para describir los ámbitos de la amistad, la solidaridad y la intimidad como ámbito de resistencia. La tragedia fue descubrir que el nido caliente estaba lleno de serpientes.

Los nuevos diriegentes del Partido Popular han interiorizado bien el concepto de poder. Lo han entendido como capacidad de actuar, de construir pero a la vez también de reprimir. Y en esta nueva vía de metamorfosis de la derecha española se han anclado en el viejo esquema resistencial : poder es igual a privilegio y represión. Cualquier cuota de poder, sea de la clase que sea, - excepto la que tienen ellos, por supuesto - es perversa. Y lo han asumido con tal entusiasmo que lo primero que han aprendido desde sus cuotas de poder es el privilegio y la insolencia. Esta joven generación regeneradora de la derecha española ha aprendido con suma rapidez el cinismo del poder. Y la forma propia de expresión de este cinismo es el lenguaje eufemístico, los lugares comunes.

Todo sus documentos están plagados de voluntarismo, de buenas maneras, pero se utiliza sesgadamente, disimulando lo que abiertamente se querría decir, maquillando la realidad aparente con un mensaje de fondo de mayor calado. Se crea un camino para el debate con cartas marcadas, ya que en política - cuando se confrontan ideas y no meras intenciones - las palabras significan en función de la posición de quién las pronuncia y no está permitido decir cosas que no sean conformes a la posición asignada de antemano. El que se atreva a disentir tendrá dificultades para ser escuchado. Si consigue que se le oiga entre el ruido de lo políticamente correcto, rompe las reglas no escritas de este nuevo orden: o se tiene la fuerza suficiente para imponerse, para hacerse respetar, o es excluído por los suyos.

Todos debemos pasar a reciclarnos y aprender que el eufemismo es un síntoma de responsabilidad. Para ellos que han acuñado el término del buen socialista, en contraposición del mal socialista, será para ellos aquel que aprenda a ser indiferente frente a la verdad y conseguir hablar cuanto sea necesario sin comprometerse a nada ni decir nada relevante.

Uno sólo puede rebelarse ante tal hipocresía, ese es el camino de que la palabra del comprometido políticamente esté sometida siempre a sospecha, y yo soy de los que cree que el diálogo sólo es posible con una mínima lealtad y honestidad cuando uno expone lo que piensa. No vale que todo se valore en función de estrategias y tácticas. Al final es el coloquio de los perros o un diálogo de sordos.

Hemos huido del debate directo y utilizamos en exceso los medios de comunicación. Mucho más que en los parlamentos, congresos o conferencias de organización, y muchos sólo se expresan en ellos pensando en los medios.. Todo nos suena igual, todo es repetitivo, se actúa según modas, se logra que nadie se pregunte que es lo que se pretende decir. La derecha centrada no se atreve a decir lo que realmente piensa: acabar con el Estado del Bienestar; la izquierda no reconoce que hay aspectos que mejorar, y ello nos lleva en una actitud cómplice a presentar los problemas con un sesgo técnico y económico. De este modo, el problema de la construcción europea - que tanto nos afecta e influye - y que pretende poner en cuestión lo esencial del modelo: la dignidad del ciudadano, se convierte en una cuestión de contabilidad. No salen las cuentas: este es el argumento que nadie parece rebatir. Pero nosotros, que lo sabemos bien, comprendemos que si el Estado del Bienestar fue fruto de un pacto político, lo que se está gestando es otro pacto para desmantelarlo.

Los niveles de calidad de vida de cualquier región europea - Extremadura no es una excepción - se han elevado considerablemente. La derecha, que no es tonta, entendió que debía hacer concesiones, hoy una vez que ha conquistado la hegemonía económica, política y cultural, desaparecida cualquier amenaza, por lo menos a corto plazo, para la estabilidad de un sistema que ha encontrado en el movimiento permanente su equilibrio, la derecha no ve razones para mantener el pacto. Es hora de recoger los beneficios. No va a hacerlo a las claras por los posibles efectos negativos que pueda tener tal medida electoralmente, lo plantea como una cuestión estrictamente técnica. Hay nueva izquierda cívica - que no es alternativa a nada - no cree en el mantenimiento del pacto, y se deja llevar - por mimetismo - por los criterios técnicos. Pero se intenta llegar más lejos: su celo regenerador y renovador le lleva a adherirse a principios de recambio para justificar su desmantelamiento, interiorizando y adaptando a nuestro entorno el mensaje de la tercera vía británica.

Giddens dice que la modernidad es una cultura de riesgo. La tercera vía dota al liberalismo económico triunfante de una ideología elitista. Una meritocracia sin complejos, como explica Blair su concepto de reparto equitativo: que se valore a la gente por lo que puede hacer. El motor de la historia sigue siendo la vanguardia. Pero en este caso la vanguardia no es el proletariado leninista sino el emprendedor, aquel que sabe arriesgar, y el que arriesga casi siempre gana. No obstante si se reconoce que la modernidad produce, también, diferencia, exclusión y marginalización.

Solapadamente se nos lleva por el camino de la consagración del centrismo. El centrismo expresa la voluntad de negar valor a la ideología. Puesto que hay un sólo sistema posible y a lo máximo que podemos aspirar es a atemperarlo, y al no existir alternativa alguna, todo converge en un punto: el centro.

El centro es ese espacio que se define por ser un espacio vacío en que las ideologías se neutralizan y se desdibujan. El centro es el lugar para que todos estemos en comunión. Allí como no hay nada que decir sólo nos toca administrar.

Vamos por ancho camino a la busca del ciudadano travestido, el que cambia de voto en función de las ofertas a la carta, el que cambia de voto como cambia de traje, el que antepone su interés al de los demás, esa masa numerosa es la que hace ganar o perder unas elecciones, para ella y de manera delicada se ha preparado un cóctel ad hoc, receta secreta - como la fórmula de la Coca Cola - mezcla de todo un poquito, sin que haya demasiado de ningún ingrediente, para que al final salga un producto descafeinado, sucedáneo de todo y de nada, eso si para que el camino quede allanado y seamos capaces de ilusionar a esas nuevas clases emergentes, hay que romper amarras con el pasado, acabar con los viejos santones que piensan y tienen ideas, no vaya a ser que por su locuacidad confundan a un electorado centrista, pondremos no ya sólo una vela a la izquierda y otra al mercado, sino que llenaremos de cirios pascuales la imagen de cualquier santo milagrero, bajaremos al sótano la vieja iconografía, o si resulta más fino la barnizaremos de nuevo, llevaremos las obras del pensamiento obrero a las bibliotecas de las Fundaciones para que allí los nostálgicos se recreen y se laman sus heridas, oxigenaremos la democracia con caras nuevas, crearemos nuevas pautas comportamentales y a fin de cuentas llegaremos sin problemas a ser buenos chicos y buenos gestores, administradores y buenos gobernantes.

Se acercan tiempos de mudanza, tiempos de cambio tranquilo, cambio tranquilo que lleva aparejado la fagocitación del pensamiento en aras de la eficacia, de los sistemas de calidad, de un partido en red - aunque no sabemos el grosor de la malla de la misma para desnucarnos sin problemas los que queramos hacer un triple mortal con doble tirabuzón -, crearemos organizaciones sectoriales de autónomos, microemprendeores, internautas, calvos, tribus urbanas, porque en vez de abrir el partido a la sociedad lo que vamos a hacer es entregárselo a todo el que quiera, que todos opinen, den consejos, aporten soluciones, eso sí, sin necesidad de comprometerse, los compromisos son sólo con el banco al que hay que pagar puntualmente las letras para no ser considerado moroso y te incluyan en el ASNEF, esos vientos parecen que amainan y eso a uno le alegra, pero soterradamente y lícitamente hay muchos que lo volverán a intentar, construyenco un partido transversal donde todo cabe y nadie estorba.

El Patio de Monipodio era un clan de la camorra sevillana en el siglo XVI, lo que algunos volverán a pretender, cuando la tempestad amaine, es crear el jardín de las delicias, la casa de todos y de nadie, porque la música que allí se interpretará no tendrá ni partitura ni director, pero algunos, muchos estaremos en guardia para que eso no ocurra.

Hace no mucho tiempo se ha celebrado en Portugal el XV del PS, en él, José Sócrates Carvalho Pinto de Sousa ha laminado al ala izquierda del PS, ha mandado a galeras a los díscolos, se ha uniformizado el mensaje. De uno de los excluidos - por voluntad propia para no adornar un jardín ajeno - Manuel Alegre, viejo socialista, capitán de abril, y sobre todo poeta os dejo unos versos de uno de sus últimos libros: Senhora das Tempestades.

El poema se llama Caballos y aunque es difícil traducir la poesía vine a decir algo así:

Yo los oigo cabalgar sobre las nubes negras
del crepúsculo de una noche de soledad
a mis perdidos caballos en múltiples batallas.

Galopan por el horizonte sin fronteras
sus crines desgarradas de tanta pelea
sus grupas con los restos de nuestras viejas banderas.

Quieren traer del sur un viento de lluvia
que refresque nuestras viejas ideas
para combatir los tambores de guerra del viento del norte.

Yo los oigo cabalgar sobre las nubes negras
huyendo de la noche oscura y la muerte.

Yo creo que merece la pena, a pesar de los tiempos que corren, seguir pensando en que ser socialista, de izquierdas y comprometido es un valor al que no voy ha renunciar.

Las Politicas de Solidaridad en la lucha contra el desempleo

Está claro que el fin del milenio lleva aparejada la era de la información. Un rasgo muy importante de la nueva sociedad en la que vivimos, y Extremadura no es una excepción, está construida en torno a redes de información, redes de dinero, de producción, de mercancías, de empresas, de trabajadores, de comunicación, de personas, de ciudades y pueblos, de movimientos sociales y, cada vez más, de instituciones políticas. Las redes siempre han existido, pero ahora están impulsadas por las nuevas tecnologías y funcionan a mayor velocidad. Quién no se mueve en la red queda fuera de la competencia. Riqueza, poder, e influencia dependen exclusivamente de la capacidad que tenga cada cual de generar conocimiento y procesar información. Conocimiento e información han sido siempre esenciales, lo que ha cambiado es que las nuevas tecnologías permiten generar mucha más información y aplicarla a todos los procesos de la vida: producir, consumir, gestionar, gobernar, aprender, educar, disfrutar del ocio, amar, vivir y morir.

Pero existe un contrasentido, no sobra información, esta le falta a la mayoría de los ciudadanos. Lo que existe realmente es un cúmulo de información desordenada y una incapacidad cultural y técnica de seleccionarla, ordenarla y usarla con utilidad. La tecnología ha progresado mucho más que los individuos, pero no es la panacea para solucionar nuestros problemas existenciales, pero si puede ayudar, si se usa correctamente.

Las nuevas tecnologías no crean desigualdades, incluso podrían llevar a una sociedad más justa, porque podrían permitir más tiempo libre, más margen para la vida privada. Pero, en la práctica, lo que se observa es un crecimiento de la desigualdad y la exclusión social en todo el mundo. Y es que la potencia de la tecnología hace que en una sociedad clasista e injusta la desigualdad se amplifica, entre la minoría formada y la masa de “trabajo genérico”, con poco valor en el mercado y escasa capacidad de consumo.

Está claro que la solidaridad en determinados segmentos sociales se ha extinguido, pero hoy sigue siendo más necesaria que nunca. De otra manera, todos los ciudadanos hasta los de las clases acomodadas vivirán en permanente competición individualista, agotados y angustiados. Aún en España no se dan muchos fenómenos similares pero en otras economías más desarrolladas no es anormal el abandono de grandes empleos ligados a cuotas importantes de poder para alejarse y vivir en armonía con la naturaleza como un simple granjero. Está claro, que en estas condiciones la carrera de competitividad se hace insoportable y existe en este contexto la opción de vivir más y optar por menos. Por ello el trabajo a tiempo parcial y el trabajo autónomo no es sólo, aunque también, una imposición de las empresas. Es, en buena parte, una opción individual sobre todo para el sector femenino que valoran más que el masculino su vida personal. El precio es tener una carrera profesional mucho más limitada y un número menor de ingresos, pero es una opción válida.

Pero retomemos la línea argumental, la educación es la base de la creación de la riqueza en la sociedad de la información, tanto para la sociedad como para los individuos. Y es también la base de la capacidad de disfrutar de esa riqueza sin ser absorbido por el propio progreso. Lo esencial para la educación en un sistema en el que toda la información está “on-line” es la capacidad de aprender constantemente y adaptarse a cada momento a lo largo de las fases de la vida de cada ciudadano. Hay que educar ciudadanos autónomos y creativos, capaces de gestionar el cambio continuo y de buscar y generar información.

Las revoluciones más importantes son las que ocurren en la mente, los cambios de valores. Y eso es lo que ha ocurrido en la mente de las mujeres en todo el mundo, y esa es la revolución cultural más importante de la historia: las mujeres hoy están convencidas de que, sin ser como los hombres, tienen los mismos derechos y posibilidades que los hombres en todos los ámbitos de la vida. Y eso ha cambiado todo: el trabajo, la política, la familia, la educación. La era de la información es la era de las mujeres. Eso implica un cambio importante en la concepción patriarcal de la familia ya que hay que reconstruirla sobre bases igualitarias. En nuestra sociedad red, basada en el individualismo como forma de vida, y en la que el Estado del Bienestar está en crisis, la reconstrucción de la familia en esencial como refugio personal, como base de solidaridad, como sistema de seguridad afectiva y material. En Extremadura tenemos una plasmación práctica muy clara, ¿qué hubiera sido de nuestros parados sin el apoyo de la familia?. Está claro que los que seguimos apostando por la libertad y la igualdad creemos firmemente que sólo la solidaridad de la gente y el reconocimiento de las identidades de cada cual y de sus derechos cívicos puede evitar el proceso actual de desintegración social e institucional, y el futuro lo hacemos con el presente. Y lo que estamos haciendo es desarrollarnos extraordinariamente como individuos sin ocuparnos de cambiar nuestras instituciones, nuestras escuelas, nuestra democracia. Las tendencias apuntan, sino lo remediamos, hacia un mundo competitivo e insolidario entre individuos cada vez mejor dotados para el bien y mejor armados para el mal.

Es en este marco introductorio donde habría que fijar la idea de que las subvenciones crean y mantienen puestos de trabajo, pero hay exégetas neo-liberales que no comparten este criterio ya que acusan a los que las defendemos de que tenemos un entusiasmo unilateral, porque nunca reconocemos los aspectos negativos de las mismas. Para estos la cuestión es clara: una determinada actividad es sostenida mediante subvenciones con lo que se crean claramente puestos de trabajo, al menos lo admiten; si dicha subvención es suprimida, los puestos de trabajo, evidentemente se pierden. Para ellos la intervención económica del Estado es asimétrica: hay partes del problema claramente visibles y otros no. Una parte oculta de las subvenciones son los impuestos. Pero entonces la misma lógica que les lleva a concluir que una subvención crea empleo les permite afirmar que el impuesto recaudado para pagar esa subvención lo destruye. Mientras el empleo creado con la subvención es visible, el empleo destruido por los impuestos no se ve. Hay que deducirlo. El grado de eficiencia de una economía es por necesidad heterogénea y siempre existen empresas cuya eficiencia está en el margen admitido por el mercado, y trabajadores cuya contratación depende de ese mismo margen en esas empresas o en otras. Así, un incremento de impuestos puede llevar a esas empresas marginales a la quiebra o impedir la creación de empresas nuevas o causar el despido de algunos trabajadores o impedir la contratación de otros.

De esta manera, la subvención que crea empleo puede estar al mismo tiempo destruyéndolo, o impidiendo o dificultando su creación en algún lugar de la economía. ¿En que lugar concreto?, La asimetría impide saberlo.
Se articula la dualidad: si no se puede cuantificar ¿cómo se está seguro de que el balance de empleo no es positivo?. Para nosotros está claro que la creación de empleo gracias a las subvenciones es nítida mientras la destruida por los impuestos es una quimera.

¿Qué es una subvención?, Nosotros entendemos que es el uso solidario de fondos públicos para articular políticas activas de inserción laboral. Otros, más economistas, la definen como: la suma de dinero de los ciudadanos que estos no pueden gastar libremente; los gobiernos la extraen y la canalizan hacia destinos seleccionados fuera del mercado. Para probar que esa redistribución crea empleo hay que probar que las pesetas gastadas por los poderes públicos se gastan de forma más eficiente y productiva que las gastadas por los ciudadanos. Tienen muchas razones para dudarlo, algunas teóricas y otras empíricas: no son las economías con más impuestos y subvenciones las que destacan en la creación de empleo; si la son aquellas en las que los trabajadores tienen más libertad para decidir que hacen con su dinero.

Igualmente afirman que estas no son neutrales, arguyen que en su expansión artificial de determinadas actividades dan lugar a un oneroso sistema plagado de ineficiencias, trampas y toda suerte de incentivos perversos, que premian una mala asignación de recursos y reduce la productividad global de la economía y, por tanto, su capacidad de generación de empleo. Este aspecto tendría validez incluso si las subvenciones fueran gratis. No lo son jamás.

Así pues defienden que la asimetría tiene la suficiente entidad para cuestionar la obviedad de que las subvenciones crean empleo, insisten en que la dificultad de percepción de dicha asimetría se agiganta si tomamos en consideración la enorme diferencia de los estímulos que animan a los protagonistas, contraponiendo las manifestaciones de los que no reciben puntualmente las subvenciones prometidas con el pensamiento de los millones de ciudadanos que las pagan y los pocos estímulos que tiene para salir a la calle a protestar por los impuestos y el paro que dichas subvenciones les causan.

Sibilinamente mantienen que no se pueden suprimir de la noche al día aceptando la falacia de no producir quiebra social, e insisten que estas se reducirán paulatinamente siguiendo el mismo camino que han seguido las privatizaciones de las empresas públicas.

A los que defendemos principios de solidaridad, nos viene a la mente la frase de Solón: “el mejor sistema legal y político no es el mejor sistema posible, sino el mejor que el pueblo sea capaz de asumir”, y el mantenimiento de principios básicos de solidaridad debe sostenerse sobre un modelo político concreto, alejado de ese nuevo “centrismo” que pretenden vendernos, idea que tiene cierto éxito dado lo indefinible del término ya que el estado natural del mismo es su aparente ambigüedad. Pero su objetivo es acabar con el Estado social dando paso a un Estado mínimo y gerencial, así nos salvarían a los ciudadanos de la acción expansiva del Estado protector, empeñado en corregir toda clase de desigualdades con sospechosas políticas redistributivas. Además el Estado está sobredimensionado y es incapaz de resolver los problemas más inmediatos de los ciudadanos y la mejor forma de solucionarlo es suprimirlo, privaticemos todo y sólo así devolveremos a los ciudadanos sus auténticas potencialidades. Corren buenos tiempos para aquellos que alardean de sus condiciones de gestores, nunca de políticos, no tienen una biografía política clara ni han tenido nunca compromisos partidarios. Su medio ambiente natural es la dirección o un puesto en múltiples consejos de administración.

Debemos seguir manteniendo el principio de ciudadanía frente al de vasallaje, debemos recuperar el concepto de ciudadanía social activa, exigente de sus derechos, pero igualmente presta a asumir sus responsabilidades. Sin imaginación creadora, sin iniciativa, sin cooperación y colaboración, mal puede una sociedad atender las necesidades de todos sus miembros, sobre todo la de aquellos que son más vulnerables.

Mantengamos en nuestra Extremadura el contrato entre el Estado social de justicia y unos ciudadanos responsables, conscientes de que esa justicia es también asunto de ellos, que estén dispuestos a crear uno y otros esos puestos de trabajo que los extremeños no rechazan por pereza o desidia, sino que no puede asumir porque no existen. Es cierto que hay sectores que han vivido y viven de las prebendas de las subvenciones, pero hay una gran cantidad de ciudadanos extremeños, entre los que se encuentran las mujeres, los jóvenes y los mayores de 45 años, que tienen cerrado el mercado de trabajo, no digamos el del trabajo estable. Pero el derecho a un trabajo remunerado es uno de los principales de esa idea de ciudadanía social. El trabajo remunerado para quien tiene capacidad de asumirlo no es sólo un instrumento para obtener ingresos, sino también un medio de identificación social y una forma de integración en la sociedad; por eso el desempleo genera esa injusta angustia que aqueja a nuestra sociedad.

Finalmente como decía Beveridge: “los grandes gigantes difíciles de combatir para la reconstrucción social son la Necesidad, la Ignorancia, la Enfermedad, la Miseria y la Pereza, todos ellos son superables, y el peor de todos: la Pereza no afecta a los que no quieren trabajar, que son pocos, sino a quienes no se esfuerzan en crear empleo. Mantengamos el equilibrio entre la Junta de Extremadura y la ciudadanía extremeña comprometiéndonos a seguir generando oportunidades para cuantos quieran aprovecharlas sin cargar a la cuenta del bienestar social lo que es una elemental cuestión de justicia.

Nuestras relaciones suelen girar en círculos concéntricos

Nuestras relaciones suelen girar en círculos concéntricos, según el afecto o las distintas áreas de interés en las que nos movemos. Así, unos eligen para el "cuerpo a cuerpo" a su familia biológica; otros estrechan lazos con amigos y cómplices con los que soñar y compartir las más audaces aventuras y confidencias; otros abrazan ideas, utopías y algunos prefieren las relaciones virtuales.A veces, algo físicamente lejano nos afecta con impacto profundo, como sucede con las imágenes que los medios de comunicación nos sirven cuando acontece una tragedia humana o una catástrofe. Se mueven entonces los gestos solidarios de la emergencia, algo necesario pero no suficiente. Es preciso que seamos sensibles ante lo cercano con igual generosidad, pues hay quien hace una donación importante para socorrer a los afectados por el último huracán y no es capaz de escuchar tras el tabique de al lado, los susurros de un anciano que vive solo, o vuelve el rostro, o se cambia de calle cuando va a encontrarse de frente con un mendigo. Ahí, a la vuelta de la esquina la realidad nos sorprende con mil oportunidades.Siempre me ha gustado escribir cartas, algo que ya casi nadie hace. "Internet me ha devuelto el placer y el hábito de escribir y recibir cartas, -comenta en un reciente artículo el escritor español Antonio Muñoz Molina-. Añorábamos el romanticismo de la espera, la emoción de reconocer una caligrafía, de abrir un sobre, de encontrar una voz en las palabras escritas. Lamentábamos, no sin razón, la impertinencia invasora del teléfono, que había vuelto obsoleto el acto de escribir. Y justo ahora, gracias a la red, volvemos a escribir cartas, y si ya no esperamos el silbato del cartero antiguo ni miramos el buzón al salir de casa, ahora puede emocionarnos igual ese momento en que pulsamos la orden de 'enviar y recibir correo' y vemos los pequeños rectángulos azules que parecen verter en nuestro ordenador las palabras que unos instantes después leeremos".Es muy hermoso que los nuevos medios nos ofrezcan esa posibilidad, que la red nos vincule con muchas personas afines a nosotros, que recibamos mensajes cada mañana desde otro continente compartiendo lenguajes y proyectos. Pero no olvidemos que es un privilegio al que todavía no tienen acceso una gran parte de los seres humanos y que este instrumento puede servir también para distanciar a los que por naturaleza pueden y deben estar unidos.Es el caso del niño, que por abandono familiar y social acaba teniendo como único interlocutor a la pantalla del televisor o al videojuego de moda. Su relación con otros niños, su vocabulario, su infancia toda, se ve empobrecida.En algunas ciudades ya existen "cibercafés", que son unos lugares donde puedes "conectarte" con gente de todo el mundo, mientras tomas un café. Al entrar contemplas un grupo de personas que se comunican con amigos de Nueva York, Canadá, Japón o la India en una proximidad virtual inmediata. Mientras escapan de alguna manera a la soledad, no han reparado en los vecinos de la mesa de al lado; ni se han saludado siquiera.¿Proximidad de lo que está lejos? ¿Lejanía de lo que tenemos cerca? Entre las paredes de nuestra camisa late la respuesta.

La Utopía que se hizo realidad

Cierto amigo neoliberal y conservador me dijo en Badajoz una vez, después de un viaje de turismo a los Estados Unidos: "Allí todo lo que te rodea es la utopía realizada. El ser humano no puede aspirar a más. La prueba está en que todas las guerras del mundo se deben a que unos y otros quisieran tener lo que ellos tienen."Entonces, después de volver camino de mi casa, yo me plantee una pregunta radical. Después del colapso que se produjo del llamado socialismo real, ¿queda sólo entregarse a las leyes del mercado y aspirar a un bienestar de clase media acomodada? ¿Es eso la utopía realizada en esta era de la supuesta muerte de las ideologías proclamada por Fukuyama?La hegemonía neoliberal en el mundo se basa no sólo en el derrumbe del socialismo real, al cual caracteriza como fracaso económico por ineficiencia del Estado, sino también en la justa crítica a la corrupción del Estado benefactor en general. A lo cual contrapone la eficiencia de la iniciativa privada y su supuesta incorruptibilidad, la cual se atiene a las leyes del mercado (que equipara con las de la libertad) como reguladoras de la actividad económica y política. Pero a la vista está que la elite neoliberal no ha podido vender bien su producto. Asunto tanto más penoso cuanto que se trata de un conglomerado de especialistas en vender.
¿Es que el producto es bueno y los vendedores son malos, o es que el producto tiene algún defectillo que al consumidor no le satisface? Yo me adhiero a lo segundo.
La ideología del fin de las ideologías, que acompaña a la idea de la utopía realizada como la situación en la que el ser humano masificado se articula a sí mismo como consumidor, tiene el inmenso defecto de que no resulta muy appealing para mucha gente, pues no contiene en sí misma ningún relato del futuro que sea lo suficientemente apasionado como para que las masas, por medio del consumo, se identifiquen con él. Al proponer la utopía realizada como una sociedad de consumidores de clases medias y empresarios poderosos, que en el primero y el tercer mundo está a la distancia de privatizarlo todo y de reducir el Estado para usarlo sólo como gendarme de la "majestad de la ley" oligárquica, el producto a vender deja por fuera a millones de personas a las que no les va a interesar comprarlo porque están perdiendo sus empleos y no tienen perspectiva de encontrar otro.
Ya sé que el producto neoliberal vende también la idea de que si se dejan sueltas las leyes del mercado, y el Estado se reduce a su gendarme, los empresarios crearán innumerables fuentes de trabajo y que España abra aún más sus puertas a los inversores extranjeros, y que nuestros empresarios vayan a América Latina a crear en ella un emporio de prosperidad al estilo de los ex tigres asiáticos (que están resultando ser más de papel). Pero aún suponiendo que eso fuera cierto, el proyecto (o mejor, el producto) neoliberal sigue careciendo de una perspectiva de futuro apetecible que le augure al ser humano una vida mejor. Lo que hace es ofrecerle lo que ya consiguieron los llamados países desarrollados y cuyos problemas están a la vista.
Creo pues que lo que le falta al producto neoliberal para que se venda mejor es una dimensión utópica. Por eso, por increíble que parezca a algunos, todavía no puede competir con el socialismo democrático, a pesar de sus lógicos errores.
La humanidad necesita caminar en pos de sueños, y el producto que nos vende la gestión neoliberal sólo ofrece mercancías y servicios. La humanidad aspira a tener poder de gestión autónoma, y lo que la gestión neoliberal le ofrece es el consumo como fin supremo de la realización humana. Bienes y servicios. Unos creándolos y otros consumiéndolos. He ahí el fin de las ideologías. He ahí la utopía realizada.
¿Para eso nos invitan a destruir el Estado y privatizarlo todo?
El bienestar es sin lugar a dudas un objetivo apetecible y el consumo una actividad normal. Pero otra cosa muy muy diferente es inducir a la gente a buscar el bienestar de clase media como lo máximo que puede conseguir en su vida, no convirtiéndola en consumidora (lo cual estaría bien), sino en un ente consumista que traga hasta atragantarse y luego se muere diciendo que lo hace feliz porque se ha sentido feliz y realizado.
No, no me gusta esa utopía, yo quiero luchar por UN MUNDO MEJOR, pero para todos, sin exclusiones.