martes, 30 de enero de 2007

Contra la balcanización del planeta

Nuestra civilización engendra una pobreza moral y un aislamiento en el egocentrismo que se enroca en problemas insolubles”, afirma Edgar Morin, uno de los más notables sociólogos del mundo.

A sus 84 años, continúa siendo un referente en los grandes desafíos sociales de nuestro tiempo. El sociólogo de la “complejidad” se inquieta por la tendencia actual de los pueblos a encerrarse en identidades excluyentes. A inventarse nacionalidades, religiones, tradiciones y señas de identidad impostadas para formar nuevos guetos en una sociedad globalizada que exige la aceptación del multiculturalismo, la acogida y el respeto al otro, el diálogo y la apertura en relaciones enriquecedoras que nos animan en un proyecto solidario de futuro.

De origen judío sefardí, rindió homenaje a sus ancestros en Vidal y los suyos. No obstante, por haber publicado, junto con Danièle Sallenave y Sami Naïr, en Le Monde, un lúcido artículo titulado Israel-Palestina: el cáncer, padeció descalificaciones y amenazas al tiempo que era llevado a juicio por una presunta “apología del terrorismo y antisemitismo”. Increíble en un intelectual cuya obra es admirada y respetada en todas las universidades del mundo, salvo en las controladas por los fanáticos del pensamiento único, los neoconservadores y ultraliberales. Finalmente, la Corte Suprema de Casación de Francia ha anulado el juicio y condenado a pagar las costas a sus denunciantes.

Acaba de publicar El mundo moderno y la cuestión judía (Ed. Le Seuil), donde razona sus argumentos. Tiene el enorme valor de afirmar que “el universalismo judío está embridado por un nacionalismo israelí que se ha vuelto histérico”. Lo afirma desde su doble identidad de judío y de gentil, de hombre culto e ilustrado impregnado de una enorme cultura europea y humanista. La palabra “judío” no significa lo mismo si hablamos de un pueblo antes de la destrucción de Judea por los Romanos que después de su integración en las naciones modernas. Morin sostiene que los judíos modernos son judeo-gentiles, integrados y transformados por los entornos culturales e históricos, aún conservando tradiciones seculares. También distingue el antijudaísmo medieval del antisemitismo originado en el siglo XIX. Las naciones modernas han integrado a la mayoría de los judíos como ciudadanos de pleno derecho con una religión o una cultura propias. Los nacionalismos exacerbados los han rechazado, y hemos visto sus consecuencias.

Muchísimos judíos conversos de España y Portugal, como Montaigne, Cervantes o Spinoza, superaron el cristianismo y el judaísmo originarios y contribuyeron a formar el humanismo europeo. Esos judeo-gentiles fueron la levadura del universalismo y muchos de ellos llegaron a ser notorios revolucionarios que pretendieron superar las barreras de los nacionalismos y de las patrias. Partieron de que las naciones, las culturas y las religiones ya no eran más que abstracciones ilusas y supersticiones. Pero, una vez que llegó el desencanto de las revoluciones fallidas, algunos se enclaustraron en un judeocentrismo al margen del resto de la humanidad.

De ahí que Morin esté de acuerdo con la afirmación de F. Pollock que, a propósito de la excomunión de Spinoza por la sinagoga, dijo: “Es una constante en la historia de la humanidad, cuando una comunidad ha sido perseguida, tan pronto como recupera la libertad, se convierte en perseguidora”. Y afirma Morin: “Estoy sorprendido al comprobar cómo Israel se comporta como una nación dominadora, que desarrolla una fuerza desproporcionada, que humilla a los Palestinos. Israel es responsable y agrava la precariedad de su destino porque lleva en esa actitud el potencial de una tragedia futura. La interdependencia fatal del antijudaísmo, el judaísmo, el anti-islamismo y del islamismo nos ha conducido a una guerra de religiones y quizás a una dramática guerra de civilizaciones”.

Por eso, el judío sefardí y humanista universal, propone la unidad en la diversidad, la integración y el diálogo entre las culturas y los pueblos y pide que tomemos conciencia de nuestra humanidad común.

Nos previene contra la “balcanización” que se extiende por el planeta producto de la uniformidad tecno-económica propia de la perversa gestión financiero-económica de la globalización. Esta no es buena ni mala, pero hasta ahora ha promovido una homogenización alienante que ha hecho que algunas sociedades se hayan encerrado en identidades nacionalistas, tradicionales, religiosas y no pocas veces delirantes. Ante este miedo a lo desconocido, ante la constatación de lo injusto del modelo de desarrollo impuesto por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y por las naciones más ricas e industrializadas, por todas partes se alza el descontento, la rabia y la deriva hacia movimientos fundamentalistas, enajenantes e irracionales, que adoptan formas de terrorismo, de inmigración incontrolada, de guerras por el control de las materias primas, anclados en un etnocentrismo excluyente e inhumano.

Reconocer que el Norte tiene necesidad y depende del Sur en donde, a pesar de la miseria y de la injusticia, existe una forma de solidaridad humana, de sabiduría, de jovialidad y de relación con el otro que el Norte ya no conoce. Nos asfixia el exceso de racionalismo técnico, económico y social. De ahí, sostiene el sociólogo sefardí, la necesidad de abrirnos hacia una civilización planetaria que acoja y respete las diversas señas de identidad. Con Heráclito, dice Morin, “si no buscas en ti mismo lo inesperado, jamás lo encontrarás”.

El Efecto "Huida"

Treinta mil africanos llegaron a las costas españolas durante el último año.

Personas que arriesgan su vida para salvar a sus familias de una vida miserable.

Uno de cada seis niños africanos muere antes de cumplir los cinco años por malnutrición y enfermedades prevenibles. Es el poderoso efecto huida que provoca la pobreza.

Estamos obligados a hacer algo, no basta con intentar ponerle vallas al campo, indaguemos en los motivos de esa "huida", seguro que encontramos los medios para acabar con esa sangría.

Que pena, da lástima que África sea un continente maldito. ¿Quién tiene la culpa?