sábado, 24 de febrero de 2007

Cuando se llenan las alforjas












Nada cae en saco roto.


Guillermo ha estado en Badajoz, volvió a la ciudad en la que vivió durante algún tiempo, y se despide de ella entre los suyos, los que lo aprecian, los que le desean la mejor de las venturas en su ardua tarea de seguir construyendo Extremadura, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad.
Parada y fonda en Badajoz, visita a una ciudad rota, desvertebrada, asimétrica, llena de jirones y de algo mucho más grave: desigualdades.
Con su bonhomía, su aspecto simpático, su buen tono y su mochila llena de sensanciones, volverá de nuevo a pisar otras localidades de Extremadura.
De Badajoz se llevó lo que esta ciudad es, hoy y ahora, escuchó mucho y habló poco, miró, contrastó, se aproximó a los ciudadanos anónimos y echó una manita a Paco Muñoz en su tarea de ser el nuevo Alcalde socialista de Badajoz.
Relajado, con muchas ideas, con muchas imágenes fijas en la retina, puso esas gotas de proximidad a los que no necesitamos convercernos de que es la mejor apuesta, pero si nos volvió a demostrar que es una persona que merece la pena por su humanidad y su proximidad.
Un día dejó la ciudad para volver a su Olivenza natal, después del 27 de mayo vivirá en Mérida, ayer cuando volví a mi casa después de haber asistido a la cena de fraternidad socialista en el Hotel Río, allá por las 1,30 horas, y torcía en la esquina de la Calle Arco-Agüero con San Blas para entrar en la cochera de mi casa, pude oir voces en la lúgubre y oscura cochera, la plaza de Guillermo estaba vacía, su coche ya no volvería nunca a estar donde estaba. Se que hace tiempo que vendió su vivienda y su plaza de garaje, pero ayer oi resonar su voz con la misma claridad que hace años oía cuando educadamente se cruzaba conmigo y me deseaba educadamente buenos días, era verdad había vuelto y me deseaba buenas noches con la misma simpatía de siempre.
Pero algo muy importante había cambiado, su voz era más próxima, más cálida, ahora somos compañeros y compartimos muchas cosas, antes tan solo... eramos vecinos.

Cuando la soledad mata


Morir en soledad en nuestras sociedades.

Ciento nueve personas mayores de 65 han muerto en soledad en Madrid desde el comienzo de 2006 hasta hoy. Los mayores en París, Londres y el resto de grandes ciudades europeas han tenido suertes similares, especialmente en las épocas de calor que asaltan a personas desprevenidas y desorientadas por la falta de contacto humano.
Los seres humanos nos enfrentaremos a nuestra muerte en algún momento de nuestra vida. Pero duele pensar en una agonía que no tuvo respuesta hasta la muerte y en que un cuerpo haya sido hallado días y a veces meses más tarde por el ladrido incesante de un perro, por el ruido de la televisión o por el fuerte olor a descomposición.
Un profesor de idiomas preguntó a sus alumnos: “¿Cuál es el momento que determina la entrada de una persona a la vejez?” Uno de ellos respondió en su francés recién aprendido que “cuando deja de trabajar”. Esta respuesta refleja el modelo social de hoy en Europa, y en el mundo desarrollado, que convierte la vejez en un golpe repentino y no en un proceso que se da a lo largo de los años y que en cada persona se manifiesta de forma distinta.
La arbitrariedad de una cuestión laboral determina el tipo de vida que llevará una persona a partir de cierta edad. Parece como si las generaciones jóvenes presionaran para que estas personas cobren una pensión sin “molestar” a nadie mientras evaden su soledad frente al televisor que no dejará de decirles que sólo caben en esta sociedad la juventud y la belleza. Quizá no sea la persona quien apague ese televisor, sino que lo haga la policía, los servicios médicos o los forenses.
Las personas jubiladas tienen aún mucho que ofrecer a la sociedad. En Italia, un hombre joven encontró hace unos días a su abuelo congelado en la nevera del sótano de la casa donde murió hace siete años. El padre de este joven fingió llevar al abuelo a una residencia en otra ciudad para que se “curara” y lo congeló para no dejar de recibir la pensión mensual.
El sentido del vivir se pierde cuando las personas se convierten en medios para alcanzar un fin. Así pasa con todas las ideologías. Como el socialismo real que utilizó al hombre como herramienta para llevar a todo el mundo la revolución bolchevique. La nueva aurora nunca se asomó por el agotamiento de los pueblos oprimidos por un nuevo tirano. Hoy se trata de otra tiranía que tiene como fin producir cuanto más mejor para que las personas consuman más y sean reconocidas en función de lo que tienen.
Los países del Norte han exportado al Sur su modelo de consumo. Antes de que imiten también sus valores, conviene reafirmar el valor que se le da desde antaño a la figura del mayor como fuente de sabiduría. En algunos países de África, la muerte de un mayor se vive como se vivió el incendio de la biblioteca de Alejandría, porque deja de existir una fuente y un transmisor de saber y de valores.
La colonización consistió en decirles a los pueblos conquistados cómo tenían que vivir. Hoy, el Sur puede responder a países como España, que es la octava economía mundial, un Estado de Derecho con cuatro pilares y una sociedad de bienestar, que “una sociedad que no se ocupa de sus mayores está condenada al fracaso”, como explicó un concejal madrileño en protesta por la falta de recursos para las personas mayores.
Pero ni siquiera en el mundo desarrollado está todo perdido. Hay miles de voluntarios de organizaciones de la sociedad civil que han asumido un compromiso de participación ciudadana y de no idiotez (la falta de participación en lo público para los griegos de la antigüedad). Es posible comprometerse con una persona mayor para visitarla una vez a la semana en su casa, dar un paseo, acompañarla al médico, al banco o a cualquier otro sitio que sirva como excusa para compartir un rato y hablar. O para visitar a los enfermos que reciben menos visitas en los hospitales y que, en su mayoría, son personas mayores. Mientras el gobierno diseña y promueve leyes de pensiones y asistencia básica para estas personas, la sociedad civil debe despertar de su letargo para devolver al ser humano el único sentido del vivir: hacerlo para los demás.

El poder de los laboratorios



¿Quosque tandem abutere patientia nostra?

El medicamento contra el cáncer de Novartis, el Glivec, puede aumentar su precio de 150 euros a más de 2.000 euros al mes si la farmacéutica suiza gana el juicio contra la ley de patentes india. Organizaciones, como Médicos sin Fronteras (MSF) o Intermon Oxfam, denuncian que no sólo está en juego la elaboración de este medicamento en genérico sino que se “cierre la farmacia de los pobres”, como algunos denominan a este país asiático.
India es el mayor proveedor de medicamentos genéricos de alta calidad y bajo coste para países empobrecidos, que no podrían pagar los altos precios de mercado de los laboratorios. Además, los fármacos genéricos contra el sida fabricados en India suponen más de la mitad de los que se utilizan en el mundo desarrollado, el 50% de los medicamentos que distribuye Unicef o el 70% de los utilizados en el programa de Estados Unidos contra el sida. Así, si prospera la demanda de Novartis, las consecuencias para el acceso a los medicamentos pueden ser catastróficas. Los más pobres tanto del Norte como del Sur no podrán costearse el tratamiento de sus enfermedades.
Las organizaciones de salud que trabajan en India explican que tan sólo la mitad de los que necesitan un tratamiento contra el cáncer pueden permitírselo en ese país. Mientras, la otra mitad aún no tiene acceso a ningún tipo de fármaco.
Los laboratorios explican que sin el sistema de patentes dejará de haber investigación de medicinas más eficaces contra las enfermedades. “Que no habrá nuevos medicamentos ni para ricos ni para pobres”. Las farmacéuticas invierten alrededor de 700 millones de media para la investigación de un nuevo producto. Su único modo de amortizar esa inversión, advierten, es a través de la exclusividad comercial. Sin embargo, esta idea choca frontalmente con el derecho fundamental a la vida. Un tercio de la población mundial no tiene acceso a los medicamentos indispensables para tener una buena salud. Más de 30.000 niños mueren cada día por enfermedades que se pueden prevenir y once millones de personas mueren cada año por enfermedades que tienen cura con acceso a medicamentos seguros y baratos.
En 2001, los países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) llegaron al acuerdo de que las leyes de patentes dejarían de tener vigor si se estaba ante una crisis sanitaria. Las ONG sanitarias denuncian, sin embargo, que este acuerdo no ha llegado a ponerse en práctica de manera real. “Los laboratorios siempre han abortado las iniciativas de los países del Sur”, denuncia MSF. Pero no sólo las farmacéuticas han cortado la posibilidad de tener acceso a los fármacos, algunos gobiernos condicionan la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) a que los países firmantes respeten las patentes.
Si Novartis gana el juicio, se abrirá la caja de Pandora en varios frentes. Por un lado, países como Brasil o Sudáfrica podrán ser obligados a dejar de fabricar medicamentos genéricos a bajo precio, que tan buen resultado están dando en el control de enfermedades endémicas como el sida. Por otro lado, hay 9.000 solicitudes de patentes esperando ser revisadas en India. Los que más preocupan, 10 antivirales utilizados como segunda línea de tratamiento contra el sida.
Las farmacéuticas no dejan de ser empresas, cuyo fin es ganar dinero. Sin embargo, por su labor social “el fin no justifica los medios”. Los grandes laboratorios tienen en sus manos la salud y la vida de millones de personas. Enfermedades como la malaria no tienen vacuna porque sólo las poblaciones de los países del Sur la sufren. Sin embargo, cada año surgen nuevos productos contra la obesidad, la celulitis o la caída del cabello. La respuesta la daba el Premio Nobel de la Paz, Desmod Tutu: “Las personas, no los beneficios, deben estar en el centro de la ley”.