sábado, 23 de enero de 2010

Cooperantes y comerciantes



Uno sabe que desde que el hombre puso sus pies en el planeta Tierra siempre hubo explotadores y explotados. Unos que se iban a aprovechar y otros que iban a ser víctimas, todo ello en nombre de religiones, credos o creencias, da igual la que sea, sin que los parias de la Tierra consiguieran ser dueños de su destino y poder decidir libremente su futuro.
En nombre de tal o cuál principio unos estaban para tomar y otros para servir, unos para explotar y esquilmar, otros para robar, matar, asesinar y quedarse con aquello que consideraran de valor. Con esos negros renglones se ha escrito desde siglos la historia truculenta de la Humanidad y parece que no hemos aprendido nada de nuestros errores. Las luchas de emancipación y de conquista de derechos siempre se ven cercenadas por nuevas y más sutiles formas de explotación, todo ello en aras del beneficio y el lucro obsceno, la avaricia y la explotación.
Como si los países desarrollados ( ¿desarrollados en qué?) quisieran cicatrizar las heridas causadas por su codicia y ambición han nacido, la mayoría con buenas intenciones, organismos y entidades cívicas encargadas de forma desinteresada de ayudar, cooperar y compartir situaciones de riesgo extremo, pero como todo es mensurable y tiene precio, muchos espabilados han encontrado en ese campo una nueva forma de hacer negocio, de atesorar ganancias y de acumular capitales en paraisos fiscales.
Resulta patético observar lo que está ocurriendo en el Tercer Mundo ante catástrofes provocadas o generadas por la naturaleza, siempre están en ellas los que están interesados en sacar réditos, en aprovecharse, en obtener beneficio sin el menor pudor ni recato. En manipular a aquellos que ya perdieron la esperanza de tener alguna esperanza, en generar mercados de esclavos, de niños, de trata de mujeres para prostituirlas, de órganos vitales...
En suma da asco contemplar este mundo que sigue siendo una caricatura dibujada con trazos gruesos de tragedia griega o de sainete, de esperpento y de museo de los horrores, porque hasta de la desgracia hay personajes dispuestos a obtener beneficio.